domingo, 11 de marzo de 2012

INMERSION EN SATAUTE:EL SENDERO QUE EMPIEZA EN LA CASA DEL NÚMERO UNO.

Antes era un huerto de papas. Ahora es un precioso jardín. Está aquí en el centro urbano. En el senderito que se inicia en el Castaño Bajo, nº1. Caminé por allí queriendo reconocer mucho más todo el paisaje de la Villa. Me encontré con D. Juan José Ventura y nos pasamos una deliciosa tarde de invierno en pura contemplación de la multitud de flores que habitan en aquel terreno. Debajo de unos árboles, un número considerable de helechos de a metro, que encontraron allí su super nicho ecológico. Al lado mismo, un limonero que el viento había partido; pero no totalmente, de manera que, manteniéndose el gajo truncado unido al principal por una cinta de corteza de sólo dos centímetros, seguía dando limones, más que para beneficio, para alegría y admiración de su dueño. El limonero además había quedado bastante lesionado con su rotura que, por instinto vital, echó rápidamente dos nuevos retoños: uno, por en cima del injerto dando sus frutos limoneros y otro, por bajo del injerto, resucitando así el naranjo amargo de sus raíces y encopando el árbol con reconocibles naranjas amargas y flores de azahar. Un poco en medio del huerto tenía un gallinero pequeño. No sé si llamarle, más bien, gallero, porque en la última camada habían salido de 6 huevos, 4 machos. Ya eran todos grandes y preciosos, como de clase. Seguir describiendo el jardín sería interminable. Mejor es que cualquiera que tenga curiosidad por ello que pase por allí, que el Sr. Ventura seguro se sentirá complacido de que contemplen su preciosa obrar de jardín, que heredó de su madre, muy aficionada a estas tareas. Ya te llama mucho la atención que, al entrar desde la carretera general, desde el Número Uno, te encuentres todo tan bonito de flores.

D. José Juan Ventura es uno de los primeros y de todos los años de Flora Brígida, y así se le reconoció en su última edición, a juzgar por el reconocimiento que le hizo el Ayuntamiento y que él guarda celosamente en su casa, del Número Uno. D. José Juan tiene más de cincuenta años de socio del Casino de la Villa de Santa Brígida, una institución que tiene más de cien años y que, por lo tanto, ha contado con nuestro protagonista durante la mitad de los años de existencia del Casino. El Sr. Ventura estuvo en todas las batallas para conseguir el campo de fútbol, por la Sociedad Deportiva Santa Brígida y por el Villa y recuerda con añoranza, pena y magua el espacio que hoy ocupa un Centro Comercial, fantasma horrible. El mejor solar que nunca ayuntamiento alguno ha tenido para ser corazón de la vida del Pueblo y que se murió por decisiones especulativas dirigidas por la ignorancia. Solar que se consiguió en el tiempo de Díaz Bertrana y D. Pedro Déniz y que desapareció de nuestra vida para siempre. Fefo, que así le dicen algunos, que no deja de mimar el altar que, hace doscientos años, unos canarios transmarinos satauteños dedicaron a la Virgen del Carmen y que sigue ahí, bendiciendo la entrada en el Pueblo que muchos vecinos acompañan con jaculatoria santiguada. En fín, he tenido la suerte de encontrarme en su jardín un pura cepa satauteña. Algún día completaré mi suerte completando el conocimiento de sus ancestros de estas Medianías.

Mi intención de caminar por este sendero estaba estimulada porque, en mi caminar de ayer, había pensado que podría llegar hasta la zona de los Silos. Porque ayer hice otro recorrido, igualmente placentero. Empecé a rodar por la calle Muro. Tras la Iglesia, los altos muros de la Plaza, mantenidos gracias, por un lado, a los varios pisos de una casa y, por otro, a las grandes piedras cimentales en que se basa el muro rasante de la plaza de los niños de la piola. Enseguida me encontré con la indicación “Pal Pino”, pero renuncié a ella buscando un sendero más aventurero. Y la verdad que me sorprendí mucho de ver por allí un todo terreno y un sendero que bajaba a una gran casa amarilla, caminando entre otras casas residencias. Antes de llegar al barranco (creo que se llama Barranco Santa Brígida), sólo quedaba un sendero muy estrecho, que reparaba un señor, que me conocía y que tenía conocimientos de mi partido. Este Sr. esparcía una gran serenidad y gratuidad cuando me hablaba y yo seguí mi camino, por él orientado, llevándome conmigo su palabra y semblanza regalada. Subí un poco el barranco donde encontré a unos jóvenes en conversación tranquila. Mientras subía por aquella barranquera me acordaba de que había gente que estaba pensando subir por allí una carretera de alta densidad de tráfico, lo que me horrorizaba. En seguida entré en el camino. Y subí la calle. Sólo conocí la casa de un Sr. que había sido el director del Proyecto fin de carrera de mi sobrina. Sólo encontré a una muchacha morena que aparcaba su coche. Nadie más, Seguramente había casas sin habitantes. El resto de las viviendas estarían habitadas por gente que descansaba de un día normal de invierno, o en tranquila conversación familiar, o embrujado en la caja tonta, o recorriendo el mundo que le ofrecía la lectura de un libro placentero. Yo subía y subía la cuesta de la calle. Al final, aquel alto muro me habló desde la cerámica que encontramos en todas las cabeceras de las calles. Me habló y me dijo: Calle Francisco Bravo de laguna. Yo me pregunté ¿quién será este Señor?

Ya en la Carretera General me encaminé hacia el Número Uno del Castaño Bajo, por el arcén de la izquierda, caminando con mucha precaución para que, por la estrechez del camino, ningún coche pudiera atropellarme. Hasta que llegué al Número Uno del Castaño Bajo y al Número 52 de la otra calle que allí termina. Y allí en aquel aparcamiento, techo de vivienda, me entraron grandes deseos de transitar un nuevo sendero. Que hoy recorrí en cortos pasos para encontrarme feliz con un terreno que antaño fue huerto de papas y hoy es jardín.

No hay comentarios: